Orgasmos
«El orgasmo está sobrevalorado, le dije, y me miró con ojos atónitos»
«Ninguno de ellos es motivo de éxito o de fracaso, ninguno de ellos es mejor o peor, son lo que son y cómo sueño, y lo que importa es cómo están vinculados a nuestro placer»
No nos engañemos... Si sale en conversación la Sexualidad, todo el mundo interpreta «sexo», y éste como relaciones coitales que sólo se entenderán como exitosas si culminan con el orgasmo. Como un hito, un resultado, un objetivo a satisfacer, la meta, lo que puntuará de forma única y exclusiva la experiencia convirtiéndola en buena o mediocre. ¿De verdad lo creemos así?
Sin menospreciarlo (¡o despreciarlos, que a veces no es un único!), no deja de ser una reacción fisiológica que compensa un estado de tensión: Nuestro cerebro ordena una descarga para restablecer el equilibrio. Eso sí, para una mayoría de personas placentera, pero tampoco para todas. No existe el prototipo de cómo debe ser. Todos tenemos cuerpos diferentes, percepciones diferentes, también vivimos estados personales y momentos distintos; nunca es lo mismo y no tiene por qué parecerse al modelo que se extrae de la pornografía, ni de las conversaciones en las que «no seré yo quien quede mal», ni de lo que nos muestran en las películas románticas y pasionales ... La verdad es que, como el dolor, es de mal medir y de mal describir, ¿no?
A mí me gusta compararle con los fuegos artificiales. Acabamos de pasar el solsticio de verano y ya hace días que las Fiestas Mayores de nuestros pueblos se van encadenando, o sea que puede ser un ejemplo bastante oportuno. Vemos de todo tipo y de todos los colores, y ninguna persona los experimenta igual. ¿Podemos decir que los mejores son los de los últimos dos minutos, cuando se intensifican y quema la batería final? No, no podemos decirlo, sería generalizar. Esto es lo que se hace con el tipo de orgasmo «tópico».
Existen muchos más tipos, y todos tienen su efecto particular: Existe la traca sonora que nos hace temblar el pecho, la cascada a pie del suelo, los cohetes que suben solitarios y dibujan palmeras monocolores, los que suben silbando y desordenados para chasquear a diestro y siniestro o los que caen en un relativo silencio encendiéndose como luciérnagas. ¡Podría describir tantos y tan diversos! ¡Pues lo mismo con los orgasmos! Los hay cortos, largos, continuados, múltiplos, «silenciosos», explosivos... y los hay que «ay, ay, ay... casún-la olla-se' ha-escapado», como los petardos cuando hacen llufa. Ninguno de ellos es motivo de éxito o de fracaso, ninguno de ellos es mejor o peor, son lo que son y cómo son, y lo que importa es cómo están vinculados a nuestro placer. Como con los fuegos artificiales, estará el seguidor incondicional, el que se les puede perder porque tiene otra prioridad, quien necesite vivirlos en primera fila, viéndoles caer sobre su cabeza y oliendo el olor de la pólvora para disfrutarlos ya quien esto le comporte malestar, prefiriendo verlos de lejos, tranquilamente y seguro. Más intensidad no implica mayor placer por defecto, aunque nos lo vendan así.
No «compremos» de forma indiscriminada... ¡Pensamos cómo somos y qué nos gusta, valoramos nuestros cuerpos y nuestras reacciones, nuestras propias sensaciones!
E intentamos no olvidar dos cosas: La primera es que si siempre enciendo truenos, siempre viviré truenos y difícilmente veré chispear colores. Jugar, explorar, variar, cambiar maneras lleva a sentirse diferente!
Y la segunda: Los Fuegos pueden ser parte de una velada, pero no tienen por qué convertirse en la parte indispensable para que ésta sea gratificante. Habrá habido sonrisas, comentarios, ganas, quizás baile, quizás un brindis, abrazos, expectación y una muchedumbre de acciones y gestos que, por sí solos, ya son fuente de placer llenando y aportando tanta o más satisfacción!