Mujeres
«Hay quien se ve obligado a aprender a enmudecer la voz y a difuminar ese cuerpo que no se amolda a unos patrones por miedo al escarmiento».
Las personas con discapacidad todavía ocupan posiciones con desventaja en cuanto a tener garantizados los derechos sexuales. Se hace lenta y pesada la lucha por la desestigmatización de un colectivo señalado constantemente por prejuicios y tópicos capacitistas, que se esfuerza por estar, en igualdad, lejos de indicaciones y recomendaciones restrictivas.
Se aclama la diferencia cuando es voluntaria, de acuerdo con tendencias de vanguardia o incluso sólo para llegar a rayar la excentricidad. Cuando se abandera la modernidad, el futurismo, con la protesta radical contra viejas formas o con la atrevida propuesta de alternativas rupturistas con lo establecido, es una diferencia que deslumbra y sorprende, que nos cautiva o provoca rechazo pero que, habitualmente, no suele incomodar, no lleva al proteccionismo ni se actúa hacia ella con propuestas compensatorias. No sé si lo encuentro curioso o si lo encuentro triste... la sociedad suele ser espectadora de manta manifestaciones de colectivos defendiendo sus rasgos distintivos sin una necesidad urgente de actuar y, en cambio, no se duda en intervenir, interponerse, a juzgar y otorgar pautas o privar de permisos lícitos a muchas personas con discapacidad, sea ésta del tipo que sea.
Y si estas personas, además, son mujeres, el ahogo crece. Al peso de los estereotipos se añaden los prejuicios culturales, los cánones estéticos, las exigencias de una buena imagen y proyección social, los índices de eficiencia y productividad, el coeficiente intelectual y un largo etcétera de exigencias gratuitas cumplir con un imaginario que desea describir unos valores como únicos y realmente verdaderos.
Tocadas y hundidas antes de que puedan despistarse boca, antes de que puedan expresar nada. Devaluadas automáticamente y por descarte.
Hoy se habla mucho de la mujer, pero no nos equivocamos: ¡es de todas las mujeres que hay que hablar!
No tenemos una cultura que se enriquezca con la diversidad. Hay quien se ve obligado a aprender a enmudecer la voz ya difuminar ese cuerpo que no se amolda a unos patrones por miedo al escarmiento. No tenemos una cultura que enseñe a formarse un autoconcepto justo y una autoestima sana, que cambie la aceptación del otro por el respeto, que deje de opinar para permitir descubrir... No, desgraciadamente no la tenemos, ni la tendremos hasta que empecemos a quererla en serio.
En estas líneas mis palabras tienen género, están en femenino. Quizás porque, tanto como hablo de la importancia de la sexualidad y su dimensión que nos completa como seres humanos, se me hace muy grande la evidencia de esta situación malsana a la que se ven abocadas muchas mujeres con algún tipo de discapacidad ; no sólo en detrimento de sus relaciones, a las que a menudo ya no se da cabida, sino también de su sensualidad, su erotismo, su poder expresar íntegramente una identidad propia y sexual sin miedo.
Puede ser una tarea difícil asumir ese derecho a recuperar lo que, por naturaleza, es inherente a la persona. Cuando hablamos de mujeres, las creencias limitadoras, a menudo impuestas y raramente conscientes de que ya se han adoptado como admisibles, se convierten en el mayor obstáculo. Nos conviene quitarnos las vendas de los ojos y saber mirar de forma diferente, reconocer unos criterios diferentes, amarnos los cuerpos precisamente porque son diferentes, y porque son nuestros.
Quizás la inexperiencia nos traiga progresos escasos, ¡pero sumando acciones valientes y valiosas podremos llegar a hablar de todas las mujeres!
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Cuando salga este artículo ya se habrá llevado a cabo la presentación, en Girona, de la exposición fotográfica “Dones Diverses”, un bonito proyecto del programa “Mujer, alza el vuelo!” de ECOM que nos invita a la reflexión sobre las desigualdades que sufren las mujeres con discapacidad. La encontrareis, hasta el 15 de mayo, en el Centro Cívico Barri Vell-Mercadal.